La dictadura de Maduro es detestable, pero es igual de reprochable la autoimposición de Guaidó. Pobre Venezuela, nadando en el pantano por la crueldad de un gobierno dictatorial y la ambición del imperialismo rapaz.
Qué se largue Maduro lo deseamos mucho, solo hace falta separar la democracia de los intereses mezquinos de Estados Unidos. No se vale ponerse el disfraz de demócratas cuando sus intenciones solo es concentrar más poder y adueñarse de las inagotables fuentes de riqueza de Venezuela.
México nunca se quedará al margen de estas discusiones. Cada quien ha emitido su postura pero algunos están haciendo el ridículo. Es momento de avisarle a algunos actores políticos que la brújula democrática nunca apunta a la imposición.
Por ejemplo, que deprimente es la actuación de algunos políticos de derecha en México, les falta garganta para gritar: “¡Viva la democracia! ¡Arriba Guaidó!”, cuando este personaje alienta la inconstitucionalidad y el desprecio por las instituciones, que aunque estén corrompidas y enlodadas por el régimen perverso de Maduro, es con lo único con lo que se cuenta y debería ser la apuesta para poder librarse del dictador.
Qué torpes se ven aquellos que defienden la democracia pero a la vez validan que un hombre que no fue electo por el pueblo se erija como nuevo mandatario, es lo que tanto le criticaban a Andrés Manuel cuando se proclamó Presidente legítimo de México.
Y no traten de confundir a la gente, el Gobierno de México jamás ha dicho que apoyo a Nicolás Maduro, han expresado que respetan el derecho a la autodeterminación de los pueblos y a la no intervención, como lo dicta un librito que se llama Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos.
Qué se convoque a elecciones con supervisión internacional, que se garantice un proceso limpio y si el pueblo lo decide, que Nicolás Maduro se largue de una vez por todas.
Pero así no, porque así solo es una función del circo imperialista sazonado con las pasiones irracionales de la derecha.
Fuera Maduro, arriba Venezuela y la verdadera democracia
Por: Gabriel Ortega